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Ecos del Silencio

Agustín Arteaga

De extraordinaria fuerza emotiva y consumada madurez es la escultura que Paloma Torres hoy nos presenta.  Puertas, muros, esferas y columnas invaden el espacio físico y la realidad sensible, creando en el espectador estados anímicas que se asocian con la emoción de contemplar paisajes oníricos o de cuerpos celestes, estructuras místicas o la inmensidad del cosmos.  Las fuertes texturas que del barro provienen, seducen la visión.  La mirada resbala sobre esa dermis tectónica deteniéndose en sus cavidades,  hurgando secretos ocultos en las fallas; regocijándose en sus cimas y en los juegos de luz y sombra que su propia construcción produce.

A la morbidez  visual de su obra se añade una gestualidad marcada por el color y el dibujo.

Una paleta tersa, casi monocromática, que ahora desarrolla la más de las veces variaciones del blanco da a la obra una gran serenidad y paz.  Como si un eco del silencio surgiera en la infinidad del tiempo y fuera a reposar en esas esbeltas estructuras  que crecen de manera orgánica.  Son totémicas siluetas que se yerguen contra el firmamento y anuncian su potencialidad para continuar su ascendente camino.  Con toda la fuerza que el minimalismo otorga, las obras de Paloma Torres alcanzan un espíritu casi oriental por su elegancia y solemnidad.

A este lenguaje suave y sensual incorpora fino alambre y malla de bronce que se  integra creando ritmos visuales que armonizan plenamente con el estructurado dibujo que sobre el barro  fresco realiza a modo de esgrafiado.  Si bien existe una sensación de organización constructivista en toda la obra, esta no parte de una geometría euclidiana, sino de un sentido biótico.  Al admirar las columnas, sus ondulantes movimientos nos remiten a las cadenas de cristales o metales que prodigiosamente se multiplican en la naturaleza y que evolucionan sin parar de manera calidoscópea.  Lo mismo ocurre en el caso de los apacibles y venerables muros que sobre su propio eje se desplazan ondulantemente uniéndose entre sí por fuertes y rigurosos enlaces metálicos.

Por otra parte, el sentido de la razón se violenta al momento en que vemos voluminosas esferas levitar.  También construidas en terracota se suspenden en el espacio como una constelación, su organización es rítmica y cadenciosa, pareciendo moverse de manera vertiginosa en todas direcciones, creando la sensación de alterar el  tiempo para facultarnos a observarlas simultáneamente desde una infinidad de ángulos diversos.  Su suave paleta favorece la sensación de ingravidez.  Pocas veces alguien ha logrado apropiarse del espacio con tal contundencia, en todas sus posibilidades.

Paloma Torres construye con sus manos, inteligencia y emoción.  Sus obras son sólidas, nacen con un sentido de inmanencia; pareciendo que siempre han estado allí, conjuntando en su moderna existencia ese valor arcaico que la vanguardia, siempre cambiante, no ha cesado de buscar.

Agustín Arteaga.

 

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