E.Arriaga 2019, agosto 4 Orgánico, primitivo, perdurable son los primeros sinónimos que vinieron a mí al ver las esculturas de Paloma Torres Estrada (1960). La escultora mexicana suele trabajar con madera, metal, piedra, textil y barro. De todos esos materiales aprovecha su textura y color naturales pero no se limita a ello, opta por un cromatismo sutil y crea relieves amables a la vista y al tacto. Con ello logra remitir a estalagmitas, tótems, colonia de termitas, monumentos, obra arquitectónica, estructuras urbanas, sea en forma individual o en un mismo conjunto escultórico. Es así que puede notarse en las esculturas la conexión con el arte primitivo, la idea de perdurabilidad y lo orgánico, como si ellas fuesen vestigios de una antigua civilización o formaciones de la Madre Naturaleza. Sin embargo, esas remisiones no son la fuente de inspiración inmediata de Torres. Cables eléctricos y telefónicos tendidos de poste a poste o el soporte de metal que salen de los castillos en las construcciones de México, en fin la construcción urbana llega a vivir a su obra no sólo en la disposición de la misma sino en la incorporación de metal o la convivencia de otros soportes. Si por un lado, hay minimalismo en el color, textura y hasta en la organización de los elementos que componen a sus piezas, también hay mucho movimiento dentro de ellas gracias a que no hay uniformidad, destaca el ensamblado (no oculta las uniones entre las unidades de las piezas del conjunto), fomenta la presencia de sombras y luz así como permite la intrusión de vida como el musgo. Su escultura no se limita a columnas, también hay muros, esferas y especie de portales, los cuales también dan cuenta de la poca distancia que hemos recorrido en el ámbito de la construcción desde aquel arte rudimentario de nuestros antepasados. Algunas piezas de la artista capitalina parecen ventanas de cualquier hogar, ladrillos de alguna obra negra, rascacielos habitados, otros más, mediante detallados patrones, parecen contener imprecisos mensajes de otro tiempo. Todas resaltan que la belleza más natural en lo creado por el hombre sigue teniendo cabida en el mundo artístico. Tan es así que no es extraño que alguna escultura de Torres adorne algún sitio para que éste declare decididamente la cabida de lo artístico; yo creo que si se opta por su trabajo es porque tiene un elemento funcional. Pese a eso, la obra de Paloma Torres escapa de lo comercial cuando el espectador detecta que la pieza obliga a su recorrido. Al explorarla se puede hallar el testimonio abierto y personal de un ser humano que plasmó su visión de nuestra huella cultural pública en el tiempo. Retomado del blog de E.Arriaga
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