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Obra
Recreaciones Urbanas
MUSA
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Museo de Arte e Historia
de Guanajuato
PALOMA TORRES EN EL MUSEO DE ARTE E HISTORIA DE GUANAJUATO Luis Rius Caso
Cada pieza de barro, piedra, madera, textil, mármol, nos cautiva por la forma y por la cualidades que nos ofrece su materia. Relucen sus atributos intrínsecos que invitan a la mirada táctil a sentir lo tangible de las piezas. Sean éstas de una hermosa tosquedad, de una crudeza casi virginal o de un exquisito refinamiento, amorosamente pulido. Después viene la posibilidad de simbolizar, de interpretar o reconocer lo que el primer golpe visual adelantó a nuestro asombro, a veces sin saber con precisión de qué se trataba. Sentimos y tocamos; nuestras sensaciones fluyen hasta que las obras nos conducen al fondo de sí mismas, a su concepto, y a la naturaleza. Llegamos a ella, a la naturaleza, a través del artificio que restaura, que cura con el remedio balsámico de la mimesis y/ o de la metáfora, afirmando una suerte de prótesis que no sólo suplirá a la ausencia, sino que la volverá a sembrar con la luz de la belleza y de la conciencia. Pacto entre la naturaleza y la artista: para generar el símbolo que restaure, deben mediar la obra virtuosa y los signos que produzcan nuevo objeto. Este nuevo objeto es la obra de arte que pasa del representar al significar siendo, al nuevo objeto que tiene la particularidad de estar en lugar de algo para alguien, para la mirada que reconoce a la representación, pero, a la vez, de ser autónomo del objeto, de aquello que representa. Aquí descansa el secreto de la creación que añade un plus a la realidad: soy paisaje, soy árbol, soy vista aérea pero antes que nada soy obra autónoma…Incluso, del artista. Además de entrar en juego la mimesis y la metáfora en las obras de Paloma Torres, también lo hace la abstracción de la idea y de la forma que toman elementos de la realidad para apropiarse de ella. Tal como procede el principio de contagio, de simpatía, propio de la magia. Pienso en los magníficos polines intervenidos, en los residuos de madera sacados de las entrañas de la tierra por máquinas de construcción, y que terminan siendo, en manos de Paloma, sorprendentes arqueologías y mapas de territorios devastados. Pero en su fiel constancia de generar una segunda vida de la naturaleza, Paloma Torres ha transitado de la representación a la intervención del objeto real. Sus troncos muertos vibran con esa energía vital que dota el aura artística. En estos casos, el objeto trascendido habla por el objeto inerte y los signos habitan en una memoria íntima que les da vida, y en los recursos diversos que los intervienen, como la hermosa hoja de oro, instaurándolos con ello en esa realidad alterna que existe en el arte de los verdaderos artistas. Cada uno de los troncos ha dejado una huella en su vida y en su memoria; algunos, en particular, atesoran una historia familiar propiciadora de una transfiguración devenida en una suerte de columnas vertebrales, que la sostienen como persona y artista en el mundo. El momento iniciático ocurrió en una universidad de Johannesburgo, Sudáfrica, donde Paloma impartía una clase. De repente, en plena sesión con los alumnos, un árbol cayó al suelo. A la escultora le llamó mucho la atención y entonces lo restauró, negociando con él un resultado que mediara entre la forma del árbol y la forma que a la artista le hubiera gustado que tuviera. Al terminar la pieza, lo instaló en su lugar original y ahí quedó en su vida definitiva Arte de reciclaje el de Paloma Torres, si se quiere –siempre y cuando no se emplee el término de manera reductiva—, tanto de paisajes como de arquitecturas y objetos, y yo diría también de categorías estéticas. Como Altazor desde su paracaídas, Paloma ha experimentado el vértigo de lanzarse al vacío para registrar vistas aéreas de espacios urbanos marginales que, reproducidos en espléndidos gobelinos, acceden a una dimensión estética que se nutre de la energía del terreno real, del territorio. Otros lances suyos tienen que ver con la naturaleza construida y, como hemos señalado, con las arquitecturas exteriores e interiores, siempre a partir de un arte invariablemente autónomo, autosuficiente en su concepción, en sus formas y atributos. Nos gusta visitar lugares que integran obras suyas, determinantes de la atmósfera y la personalidad de los sitios. Nos complace recorrerlos y afirmar nuestro recuerdo de sensaciones derivadas de sus cualidades matéricas y formales, de la contundencia de sus piezas, monumentales o resueltas en escalas apropiadas para espacios interiores, solitarias o dispuestas en formidables conjuntos, como sus patios de columnas multiformes, donde se interactúa con la solidez de las piezas y con los vacíos y silencios que las separan y organizan. De todo ello tenemos feliz constancia en esta exposición, Trayectos de la mirada, que se presenta en el Museo de Arte e Historia de Guanajuato. El énfasis está puesto en los espléndidos troncos y en su regreso al trabajo de materiales como la madera y el mármol. En todos los casos, en todas y cada una de las propuestas de esta escultora multidisciplinaria, impera la categoría estética que presume su restauración mayor: la belleza. Dueñas de una gran elegancia, acordes o no con cánones armónicos, unas veces en estilizaciones delicadas y otras en soluciones que exploran la tosquedad o rudeza de bultos y figuras, la belleza siempre se nos ofrece en expresiones cuya diversidad y complejidad está en consonancia con nuestra época. Está ahí, abierta al tacto y al asombro de nuestra mirada, cuestionando, sin proponérselo, aquellas posturas contemporáneas que le niegan su estatuto. La apreciamos entonces en la gran obra de Paloma Torres y podemos hablar de goce estético, del privilegio de confirmar en ella el correlato feliz con la frase de un gran poeta, quien sentenció: no se puede vivir como si la belleza no existiera. Paloma Torres pertenece a una destacadísima generación de artistas mexicanos que enfrentó el final de una época y el inicio de otra, marcada por la globalización, el impacto de las nuevas tecnologías, el final de los paradigmas utópicos, la transformación del arte impulsada en primer término por las propuestas neo conceptuales, en México y el mundo. Como algunos de sus compañeros –Gerardo Azcúnaga, Maribel Portela, Javier Marín—, tuvo el talento y las herramientas técnicas y conceptuales suficientes para dialogar con el nuevo arte y afirmar con suma originalidad la vigencia de la escultura en cerámica. Digna alumna de Gerda Grüber, la escultora de origen austriaco que abrió nuevos horizontes en el arte tridimensional de nuestro país, Paloma confió su talento y virtuosismo al hacer de sus manos, al abordaje directo de los materiales para darles forma y consistencia con el solo vuelo de las manos que tallan, esculpen, modelan, cortan, pegan, devastan. De ese cruce de tiempos derivaron varias tendencias importantes, siendo la escultura en cerámica una de las más vigorosas y contundentes. El protagonismo tan destacado de Paloma Torres en esta línea (y en otras más, como artista multidisciplinaria), a nivel nacional y sobre todo internacional, a gran escala, es uno de los verdaderos motivos de orgullo en el campo artístico mexicano.
Luis Rius Caso
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